A la orilla del Tajuña, en Luzón (Guadalajara) cada Sábado de Carnaval, un estruendo anuncia a vecinos y visitantes la llegada de los diablos, que abandonan el vientre de la madre tierra a través de una grieta desconocida.
Vestidos de negro, cubren sus rostros y brazos con una mezcla de hollín y aceite. La dentadura hecha con patata, una cornamenta y unos grandes cencerros que hacen sonar dando saltos completan su atuendo
Sólo aquellos que se protegen con mascaritas están a salvo de sus manchas de hollín.
La tradición de los diablos de Luzón, que se remonta a la Edad Media, se perdió en el olvido durante algunos años, hasta que en la década de los 90, los jóvenes del pueblo retomaron la celebración para convertirla en el carnaval más representativo de la Alcarria.